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la práctica
La madre que te parió
Patricia Valeria Aréchaga
Una madre convocó a dos de sus tres hijos a una mediación. Concurrió al servicio derivada por la Defensora Oficial y el tema invocado era “condominio entre madre e hijos”.
El día de la audiencia, se presentaron la madre, de unos 70 años, y sus dos hijos varones, de 43 y 45 años. La única hija mujer no estaba citada a la reunión por la madre.
Durante una primera exploración, la madre explicó: “ellos dicen que soy incoherente, yo lo que quiero es tener un diálogo familiar en forma respetable, hablarles a ellos y que ellos me entiendan”.
El hijo mayor dijo que quería saber de qué se trataba todo esto, mientras el menor recalcó: “yo le dije a mamá que ella dice una sarta de pelotudeces”. El mayor continuó: “yo vivo de prestado”, e insistió en que no sabía por qué estaban acá. Ambos coincidieron sobre lo ridículo del encuentro y contaron que esta no era la primera vez que la madre los traía a este tipo de lugares y que ellos pensaban que tendrían que haberlo hablado en su casa, como tantas veces lo habían hecho.
El menor me explicó que en un arreglo que había hecho con su madre había adquirido por escritura el 40 por ciento de la casa familiar y que, sumado al 10 por ciento que él ya tenía, ahora se había convertido en dueño de la mitad de la casa. Ante este relato, ella lo increpó: “claro, y por eso me quiere echar. Se cree el marido de la casa, el dueño con poder de dejarnos a todos afuera”.
“¿Qué casa?”, pensaba yo mientras trataba de reconstruir en mi cabeza la historia: esta madre vivía con sus dos hijos varones y sus dos nueras, todos en la misma vivienda desde hacía mucho tiempo.
La casa, como producto del divorcio de la madre y el padre treinta años atrás, se había repartido entre la madre, que quedó como propietaria del 70 por ciento, y los tres hijos del matrimonio, que recibieron un 10 por ciento cada uno.
Fue un condominio de madre e hijos armado por el padre al retirarse de esa familia.
La única hija mujer ya se había desprendido de ese 10 por ciento vendiéndoselo al menor de sus hermanos varones, quien durante el encuentro aclaró que fue bajo presión y como un favor a ella, “como un Papá Noel frente a urgencias de su hermana mujer”. El hijo mayor, aquel que sentía que estaba viviendo de prestado, era dueño de un 10 por ciento de esta casa y dicho porcentaje estaba embargado por su propio padre.
La madre, continuó: “todo esto se ha complicado porque él – refiriéndose al hijo menor - no ha terminado de pagarme lo que firmó en la escritura. Además, yo no puedo hacer mi casa abajo- la casa es de dos plantas y en el espacio de abajo , en el patio se había construído un departamento para ella- porque, señora Mediadora, ¿usted cree que en la cocina puede haber dos mujeres? - en clara alusión a la esposa de su hijo menor - ella pone las cosas de una manera y yo las pongo de otra. Un día entro a la cocina y me encuentro con que había puesto un armario todo nuevo para ella, para guardar sus cosas”.
- “Así como vos dormís en una habitación con candado”, expresó el hijo menor.
- “A mí me preocupan mis nietos - le contestó ella - Vos sabés que esos hijos eran tuyos y míos”.
- “Le explico, señora Mediadora, yo era viudo – relató el hijo menor - y mi mamá me ayudaba a criar a mis hijos, que hoy tienen 11,14 y 15 años. Yo después fui a parar a la cárcel por dos años y medio por temas de estafa. Cuando salí, mi madre me había iniciado un juicio pidiendo la tenencia de mis hijos, tuvimos que vivir una situación muy fea como la que estamos viviendo aquí. El juez me dio a mí la razón pero yo la pasé muy fea”.
- ¿Cuál es el reclamo, señora? - le pregunté a la madre.
- Yo quiero que me pague la parte de lo que me compró, y si no
quiere pagármelo que me deje todo de vuelta a mí y yo divido entre mis tres hijos por igual.
- A ver, señora, usted quiere decir que para usted es muy importante que cada uno de sus hijos reciba su parte por igual.
- Sí, pero yo no quiero que él me deje afuera, él quiere mandar, él quiere decidir.
- Vos mamá estás confundiendo otra vez, como siempre, a papá con nosotros - dijo el hijo mayor - Sabe, Doctora, usted necesitaría estar en casa 24 horas al día durante un mes para entender lo que está pasando.
- Vos sabes – le dijo la madre al menor - que tu hermano crió a tus
hijos mientras vos estabas en la cárcel y ahora nos querés echar.
- Mamá, yo hice esto como una inversión. Así te lo plantee en su
oportunidad. Vos recibiste el dinero que te di en ese momento y tu hija también, y ahora querés desconocer que yo siempre los ayudé a todos.
En ese momento se produjo una pelea entre los hermanos donde, como si fueran niños, se reprochaban cuánto de bueno había hecho cada uno por la familia.
- A ver, señora, usted quiere que esa escritura se cumpla, que su hijo le pague.
- Yo sé que él me va a pagar.
- Ah!, entonces desearía que esa escritura no existiera.
- No.
- Dígame, señora, ¿qué quiere usted?
- Lo que pasa es que él me estafa como estafó a todos. Eso es lo que pasa. Y yo estoy preocupada por mis nietos.
- Dígame, señora, ¿Qué cree usted que puede hacer para que sus nietos puedan estar más tranquilos?
- Nada.
Mi intervención: Tal como ha quedado planteada la cuestión, con acusaciones reciprocas entre Uds. que hablan de traiciones y de estafas este espacio no puede brindarles ninguna ayuda.
El nivel de hostilidad les era familiar a ellos, sólo que para transitar un método cooperativo no les servía.-
- Gracias, Doctora - dijeron todos - y disculpe que le hayamos hecho perder el tiempo.
Yo me quedé preguntándome si podría haber abierto algún espacio no explorado.
Mi insistencia para entender a qué había venido la madre se encontraba con la inconsistencia de sus respuestas.
Una primera hipótesis ante estos casos con tanta inconsistencia en el reclamo y sin ninguna posibilidad de abrir espacios que permitan focalizar algún tema, es que “ estamos aquí hablando de algo que en realidad se cocina en casa y que usted no sabe”. Es decir, plantea una demanda que se corresponde con otro ámbito que no es propio del dispositivo de mediación por lo que no puede traducirse en una demanda de mediación.
Lo interesante del caso reside en cómo se montó en la mediación una escena que pertenecía a otro orden de cuestiones. Cuestiones develables, tal vez, en otro ámbito. Habían traído a la mesa de mediación cuestiones que correspondían a la mesa de la cocina familiar . Además no se demandaba producir un reordenamiento de la situación familiar. Esta es una temática que le hubiere podido competir a nuestra tarea si las partes así lo hubieran querido. Es decir, no había un planteo de legalizar, de intervenir en la construcción de un nuevo orden normativo familiar.
Mi intervención ausente: En ese caso, señora, no veo en qué puede servirle la mediación. ¿Podría usted decirme en qué cree que la mediación puede ayudarle? Quisiera entender a qué vino.
¿ Cuál es la diferencia entre aquella intervención y esta que ahora planteo?
En la primera delimité que este no era el contexto para tratar la problemática que traían, sin embargo lo pertinente debería haber sido que la madre se fuera o se llevara con ella la pregunta de a qué había venido.