la práctica

Un día para Rosa

Patricia V. Arechaga

Ante un lector desprevenido debo advertirlo que lo que sigue no es un guión de una película de Almodovar, tampoco es producto de mi imaginación. Es la vida real relatada en una mediación.
Una pareja llega a la audiencia de mediación, acompañada por una abogada. Ellos se sientan juntos. No se entiende la relación que los une, parecen madre e hijo, o cualquier otra cosa, pero no una pareja. Comienzan diciendo que son amigos y que tienen muy buena relación.
La abogada me pide que le explique a él qué es un proceso de mediación. Previo a esto, le solicito que me cuente por qué están en esta instancia, tras lo cual la abogada comienza a leer datos del legajo: se casaron en 1980; se separaron de hecho el año pasado (1998); tienen cinco hijos - Juan, de 18 años, Karina, de 16, Martín, de 12, Ezequiel, de 7, y José, de 4 años -; el señor es jubilado por invalidez, por lo que cobra una pensión de $270, de los cuales $110 son para la señora; reciben bolsas del PAMI por cada hijo menor de 18 años, aunque la última vez no les quisieron dar una por su hija de 16.
En este momento, la abogada interrumpe la lectura para explicar que legalmente el PAMI no puede tomar esta decisión en forma arbitraria. A esta altura, el señor, quien da la impresión de no entender mucho, pide que se le concrete la información. Parece un niño al que hay que explicarle detalladamente qué hay que hacer.
Mientras la letrada redacta una carta al PAMI para que le den la resolución que impide que adquieran la bolsa que les corresponde por la hija de 16 años, comienzo a dialogar con la pareja. Me explican que de las tres bolsas que les dieron esta vez, ella le dio una a él porque no quiere que esté mal. "Yo me doy cuenta si él está mal, yo sí le puedo dar. Nosotros estamos bien, tenemos una buena relación, somos amigos".
La abogada termina de redactar la carta. Él le pregunta a la mujer, Rosa, si puede ir ella a hacer la averiguación. Mientras Rosa guarda prolijamente el papel, él cuenta que no sabe ni leer ni escribir, que estuvo internado en un psiquiátrico, y que toma tranquilizantes. Yo vuelvo a sentir que ellos son madre e hijo.
Luego, me cuentan que sus cinco chicos estuvieron internados, mientras el mayor tenía meningitis, otro hijo tuvo raquitismo y desnutrición infantil porque nadie se ocupó de él los 15 días en que la madre cuidaba a Juan,- "no es que yo no quise, sino que tenía que estar con el otro, después, cuando nació el último, hubo que operar a la de 16 años." Recordando ese incidente, explica que, para poder cuidar a la recién operada, obligó al Hospital de Niños a que le desinfectaran una pieza para instalarse con el bebé recién nacido, así podía amamantarlo. Él, Jorge, le llevaba la ropa todos los días. En otra oportunidad, estuvo acompañando durante quince días a su madre, que ahora está en un geriátrico, porque tuvo "un infarto cerebral o algo así".
Yo ya no sé hasta donde escuchar. Era un recorrido de situaciones tan dramáticas que me sentía convocada a socorrerlos, lo real se imponía de un modo extremo. Pensé: ¿dónde hay un respiro?.¿ Qué de este relato me resulta intolerable?. ¿ Por qué me angustio?
Él manifiesta que le daría a Rosa $200, pero que quiere estar tranquilo, que le tiene miedo a su hijo mayor. Yo le pregunto por qué, y me contesta que su hijo está muy enojado, que siente que le quiere pegar, y eso lo asusta. Ella, en cambio, dice que su hijo es un adolescente rebelde pero que le hace caso, que puede manejarlo bien.
¿Por qué está tan enojado su hijo?, pregunto. Silencio. Ella baja la cabeza. Él, finalmente, contesta: " Bueno, estoy ante dos abogadas que van a poder escuchar lo que tengo que decir. Yo soy gay, siempre lo fui. Yo me siento una mujer y siempre, desde chiquito, fue así. Ella lo sabía".
Rosa confirma: "Sí. En el barrio me decían pero... vio cuando una se enamora... y yo me enamoré". En ese momento, ante mi desconcierto, intento aclarar: " A ver, ustedes armaron una familia, tuvieron cinco hijos y 19 años de casados". Los dos asienten.
Rosa cuenta que un domingo él le pidió $100 para "estar con un muchacho" y que ella se los dio, pero antes le dijo que esa plata debería ir para los hijos, que ella ya sabía a donde iría a parar ese dinero, pero que ya no le importaba. "Son grandes", dijo. Sin embargo en ese momento le formuló: "o la vida paralela o la familia". Él continuó el relato: " yo elegí mi vida paralela porque yo siempre fui gay, desde chiquito".
"Ya estuvimos con el psicólogo, ella también fue, y nos preguntó si queríamos reunir a la familia para decírselo. Pero decidimos decírselo nosotros. Allí es que nuestro hijo mayor se enojó y no lo quiere aceptar. Los demás chicos lo extrañan mucho. El más chiquito y el que le sigue lloran cada vez que él se va a la noche", cuenta Rosa.
Ya no recuerdo más detalles de la historia. Pero en un momento, la abogada dice que el divorcio ya está consensuado, que acordarían una presentación conjunta con alimentos por $100, como hasta ahora, y les informa cómo se llevará a cabo el régimen de visitas.
Es sorprendente en este tramo de la historia la distancia entre lo que los participantes relataban y la intervención de la letrada.
¿Qué responden ellos ante la situación descripta por la abogada?.
"El domingo es el día de la familia, a mí me gustaría que ese día él esté en casa", acota Rosa, ante lo que Jorge exclama: "¡Ah, no! El domingo es mi día de salida..."
Entonces la miro a ella y le digo: "Bien, Jorge tiene su día de salida. Pero Rosa, ¿cuál es el suyo?". "No tengo día de salida, yo estoy dedicada a mis hijos, a mi familia", responde, y, aunque intenta evitarlo, comienza a llorar. Continúa diciendo que algo le duele mucho, que en 1978 murió su padre, que en 1979 conoció a Jorge y pensó que habían acabado sus sufrimientos. Su padre era alcohólico, su madre estaba siempre enferma. "Yo me case para toda la vida. Tengo mucho dolor...", sollozó. Le pregunto si ella está yendo al psicólogo, me responde que no. La abogada interrumpe: la asistente social recomendó que realizara un tratamiento. Pero Rosa no puede ir, no tiene tiempo.
Yo trato de explicarle que en lugar de un día puede tomarse para ella una hora por semana. Ella sigue llorando. Se ahoga, como si fueran lágrimas de otros tiempos. Pero aparece en la escena por primera vez ella sin ninguna adherencia de otros cuerpos a los que socorre o situaciones de las se siente dueña-adueñada. Ante la aparición de un espacio del cual podía eventualmente apropiarse ( un día o unas horas para Rosa), algo se modifica en ella y esto se refleja en su postura física en la mesa. Él había podido manifestar sus necesidades a través de su pedido concreto: su día de salida. Creo que el valor de la intervención efectuada y resaltada en el texto, es decir la pregunta por ella, por su día de salida, le posibilitó hacer explícito su dolor e identificar una necesidad no advertida hasta ese momento. Algo pude escuchar de lo que ella transmitía y que le permitió expresarse por ella misma. La pregunta por su día de salida tuvo para ella un valor liberador de aquel agobio que trasmitía y que yo había sentido durante la mediación: Podría decirse que no había habido respiro en la vida de Rosa.