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la práctica
Relación entre las partes y el todo
María Matilde Risolía
Este es un relato acerca del desconcierto, acerca de esa forma en que las situaciones nos descolocan y nos obligan a pensar sobre nuestros supuestos.
En el desempeño del rol del mediador, todo el tiempo estamos formulando hipótesis a partir de los dichos de las partes, pero también de nuestros propios supuestos que se cuelan sin que nosotros tengamos plena conciencia de hasta qué punto nos comprometen.
Intento contarles con un breve recorte de este caso, la facilidad con la que completamos la narración de las personas con esos supuestos propios, lo que habla de la dificultad de la abstinencia, como una de las formas posibles de describir o conceptualizar la neutralidad.
Inicio la audiencia pidiéndole a Laura que cuente por qué la ha solicitado.
Ella dice que es por la manutención de las nenas, que hasta ahora podía darles de comer, que nunca ha pedido nada, pero que ahora muchas veces están sólo con una taza de mate cocido.
Le pregunto por los nombres y edades de las nenas y me cuenta que se llaman Romina, de nueve años y Vanesa de siete. Agrega que tiene otra niñita de tres años, en igual situación de necesidad, pero que no es hija de Pedro. Le pregunto cuánto hace que se separaron y me contesta que ya han pasado seis años. Le pregunto cómo se han arreglado hasta ahora y me contesta nuevamente que ella nunca le pidió nada a Pedro por las nenas, pero que ahora ya no puede más. Insisto en preguntar si alguna vez habían hablado de este tema o si tenían algún tipo de acuerdo al respecto y me contesta que no. Una vez más afirma "yo nunca le pedí nada, pero ahora no les puedo dar de comer".
Momento difícil, si los hay, para la neutralidad del mediador, éste de tornar la mirada hacia el padre allí presente, con el previo relato sobre el estado de necesidad extrema de las niñas, con esa sola taza de mate cocido en sus estómagos operando en nuestras cabezas, y una suposición de que Pedro no ha realizado aportes para satisfacer las necesidades de sus hijos durante seis años.
Esforzándome en una sonrisa, le digo a Pedro que es difícil para quien habla en segundo término no intentar contestar a lo que ha dicho la otra parte, pero que trate de contar cómo ve él las cosas.
Pedro dice entonces que en verdad cuando Laura decidió irse de la casa y poner fin a la convivencia, las nenas eran muy chiquitas, tenían tres y un año y ella quiso llevárselas con ella en contra de su voluntad, pero que, finalmente él aceptó porque eran nenas que necesitaban a su mamá. Sin embargo, agrega que sí hubo un acuerdo, que lo que Laura no dice es que en verdad tienen cuatro hijos y que cuando ella se fue dejó a Juan de nueve años y Francisco de seis a su cargo. Insiste: "Hubo un acuerdo sobre la manutención de nuestros hijos; ella se fue de la casa y nos dejó llevándose a las nenas y se comprometió a atenderlas y ocuparse de lo que les hiciera falta y yo me quedé con los dos varones más grandes y he sobrellevado las dificultades de su adolescencia sólo y no les hice faltar nada. Hubo un acuerdo, los cuatro hijos eran de los dos y cada uno se hizo cargo del 50% de los alimentos de nuestros hijos".
Insisto, este es un relato acerca del desconcierto, acerca de esa forma en que las situaciones nos descolocan y nos obligan a pensar sobre nuestros supuestos en la construcción de hipótesis y a reflexionar sobre la necesidad de diferenciarlos del material que los participantes ponen sobre la mesa con el propósito de abstenernos de apoyarnos en ellos o en nuestras propias valoraciones a la hora de elegir una intervención adecuada.