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la práctica
Apostando al futuro
Diana Eilbaum
La marginalidad de las personas que concurren a esta mediación, y la curiosidad que me genera el hecho de que cumplan los acuerdos pactados en este ámbito, me lleva a compartirlo con nuestros lectores.
Si bien este caso no se corresponde estrictamente con el llamado "caso penal" (Ver, Risolía Matilde, Nº1 de esta publicación) es imposible obviar la implicancia que el contexto penal le otorga.
Voy a tratar de detenerme en una de las características que preocupa tanto a los futuros mediadores en los cursos de formación como a quienes trabajamos a diario en este rol y que tiene que ver con la neutralidad.
Se trata de una pareja -Lucía y Roberto de 26 y 28 años de edad- que concurrió a la mediación por la tenencia de Lautaro, su hijo de 9 años. (Debo aclarar que ellos nunca utilizaron esa terminología, sino que siempre plantearon "con quién se va a quedar").
Lucía aparentaba más edad, tenía la cara manchada y los brazos marcados por pinchazos. Contó que había estado muy enferma, que se drogaba mucho, que había contraído SIDA, pero que ahora estaba mucho mejor . Residía en un centro de tratamiento de la drogadicción, en una provincia del interior del país. Ya estaba en etapa de recuperación, lo que le permitía asistir a otras pacientes en calidad de tutora, y que creía estar en condiciones de llevarse a su hijo a vivir con ella.
Roberto, que también aparentaba más edad, manifestó que no le parecía un buen lugar para el niño, ya que si bien en ese momento Lucía estaba controlada, "por ahora - dijo- no se está drogando, el lugar, la gente, no son buenas para el nene". Lucia acotó que tampoco era bueno que estuviera con él "porque cada dos por tres viene la policía -dijo- y te levanta, como la última vez, que el nene se quedó solo tres días".
Después de conversar sobre las necesidades de Lautaro, y sus posibilidades, ambos convinieron que la persona "ideal" para "estar" con el niño era Rosa, la abuela paterna, con quien también vivía Roberto.
Concurrieron a una segunda audiencia con Rosa y elaboramos un convenio en el cual acordaron que Lautaro viviría en el domicilio de la abuela, sin importar que Roberto estuviera allí, hasta que Lucia regresara de su tratamiento, o hasta que alguno de los dos pudiera hacerse cargo del hijo, con los cuidados y estabilidad necesarios.
Rosa no tenía más de 48 años. Trabajaba como empleada de limpieza en una clínica. En todo momento recalcó que ella quería lo mejor para su nieto, pero que iba a aceptar lo que los padres resolvieran. Pidió que los dos se pusieran de acuerdo y le dijeran que tenía que hacer ella, pero que después no le digan cosas opuestas. Dijo "ambos deberían sentar cabeza, estos chicos siempre se meten el líos, yo no sé porqué".
Le respondí que yo los veía como dos padres con problemas personales pero muy preocupados por Lautaro a quien, según me parecía, querían muchísimo. Y que confiaban mucho en ella, y que por eso la habían elegido como la mejor para estar con el niño. Esto la reconfortó y legitimó mucho.
Estas dos personas, desde muy pequeñas, han vivido al margen de la ley. Ambos tienen, en distinto grado, problemas de adicción, y antecedentes policiales. Si bien Roberto posee referentes familiares (tiene muy buena relación con su papá, Francisco, que está separado de Rosa, y trabaja en la construcción, y también con la pareja de su madre) , no fueron suficientes para evitar la recurrencia en el sistema carcelario.
Con respecto a la familia de Lucía, cuentan que su mamá es psicótica, y que está internada en el Moyano, que no conoció a su padre y que tiene además un hijo de 7 años, de otra pareja, que está con su papá.
Al año de haber firmado el primer acuerdo Roberto se comunicó conmigo en forma telefónica. Estaba preso, pero le preocupaba el hecho de que Lucía había vuelto a Buenos Aires con la idea de que Lautaro fuera a vivir con ella. Quería que nos reuniéramos nuevamente a conversar . Acordamos una fecha y solicitamos por oficio judicial que se le permitiera concurrir. Fue trasladado por el servicio penitenciario hasta el centro de mediación.
Conversamos con Roberto y con Lucía sobre lo que ellos pensaban que era, en ese momento, lo mejor para Lautaro.
Roberto tenía que cumplir todavía 7 años en Devoto. Lucía había vuelto a Buenos Aires, pero vivía en malas condiciones (tenía sólo trabajos esporádicos, otro bebé y una pareja alcohólica.) Hicimos un nuevo acuerdo, que con algunas modificaciones se está cumpliendo, y que sintéticamente establece que el niño continuará residiendo con su abuela, con visitas amplias para la madre
Afuera, en la sala de espera, estaban Lautaro y Rosa, que habían venido para aprovechar la audiencia y ver a Roberto. Les pedí autorización a Roberto y Lucía para reunirme con Lautaro por separado y contarle el acuerdo al que sus papás habían llegado. Me impresionó la madurez y la inteligencia del niño. Le pareció bien continuar viviendo con la abuela, a la que quería mucho y con quien estaba muy cómodo, siempre que lo dejaran ver a la mamá todas las veces que él quisiera.
Cada tanto me llaman y nos reunimos para conversar sobre su hijo, que hoy concurre a la escuela secundaria, y es muy buen alumno. Modifican los acuerdos según las necesidades de Lautaro y las posibilidades de Laura. Pactan y cumplen.
La última reunión la volvimos a tener hace pocos días. Roberto continuaba detenido y Lucía estaba nuevamente embarazada. Me mostró orgullosa su libreta de matrimonio. "Ahora soy legal- dijo". Quería que Lautaro fuera definitivamente a vivir con ella.
Roberto se negó. Dijo que no era el mejor ambiente para el nene. Le recordó a Lucía que días atrás su marido se peleó a cuchillazos con otro. (Dijo que en la cárcel recibe toda la información). Además se había enterado que ella pedía en la puerta del colegio de Lautaro, que eso no era bueno para el nene. "Lucia, tenés que cambiar las costumbres- le dijo. Yo se que me equivoqué, pero vos podes hacer las cosas bien". Ella contestó que sí, que él tenía razón, pero que juntaba entre 30 y 40 pesos diarios, que con la panza que tenía, un trabajo era imposible. Decidieron continuar con el sistema de visitas amplias, que generalmente son de viernes a lunes, salvo los domingos que Lautaro va a la casa del abuelo paterno, con quien también tiene muy buena relación. Roberto se quejó de que Lautaro no trae las carpetas cuando lo visita en la cárcel, y que él quiere controlar los trabajos que hace. Sabe que tiene dos materias abajo de seis, y quiere que Lucía lo haga estudiar más.
¿Cómo percibo este caso desde mi lugar de mediadora? ¿Cómo incide para mi la marginalidad en que estas personas se desenvuelven? ¿ Por qué relaciono este caso con el contexto penal? ¿Por qué estas personas, tan "anormas", respetan el proceso de mediación?
Este quizá sea uno de los puntos más interesantes de la mediación relacionada con los casos penales: la posibilidad de mantener un espacio donde las personas puedan dialogar sobre sus temas, sus preocupaciones, sin la mirada evaluadora (juzgadora) que cualquier operador institucional del contexto puede (y a veces debe) aplicar sobre ellos, ya sea por la competencia propia de su función ( en la que esté ubicado) o por el inevitable reflejo que en las restantes personas produce la situación de marginalidad, más aún si alguno de ellos ha quedado "marcado" por el ingreso en la cárcel.
La conversación que nos involucra en la mediación se instala en un lugar diferente: sus expectativas como padres preocupados por un hijo en edad escolar para el que quisieran las mejores posibilidades (dice él: "viene a la visita y no me trae las carpetas...", dice ella " no es muy bueno el nivel de inglés del colegio..."). Ambos apuestan a un futuro mejor para Lautaro.
El sentido de la neutralidad al que pretendo referirme en este caso no está relacionado con la distribución equitativa del trato hacia las partes, sino con la mirada despojada de referencias externas con la que el proceso se desenvuelve: son sólo dos padres preocupados por el bienestar del único hijo que tienen en común y yo, como mediadora, los acompaño con mi tarea en la búsqueda del mejor ejercicio que les es posible de su rol de padres, tratando de impedir que se refuercen en el espacio de la mediación las categorías previas en que se encuentran ubicados.