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número 71 / noviembre 2021
Mediación y pandemia en contextos de Latinoamérica
La virtualidad nos centró en la construcción del rol de tercero
Carmina Asunción Gillmore
Biodata
Carmina Asunción Gillmore
Periodista UGM. Mediadora Familiar Universidad de Los Andes. Coach Sistémico Estratégico, Brief Therapy Center, MRI, USA. Docente y Jefe de Centros de Práctica, Programas de Postgrado en Mediación Familiar, Instituto Ciencias de la Familia, Universidad de Los Andes. Embajadora de Chile para FIMEP (Foro Internacional de Mediadores Profesionales). Socia fundadora de “Diálogos Colaborativos” y "REME Chile" (Red de Mediadores Privados de Chile), Vicepresidenta de esta última. Docente y Consultor de empresas nacionales e internacionales.
Resumen
El Covid - 19 trajo diferentes desafíos a los mediadores, entre ellos, trabajar acortando brechas digitales para todos los actores y preparar el escenario para que la instancia de mediación en línea se realizara con la suficiente confianza, efectividad y seguridad frente a lo que se presentaba como una necesidad inmediata pero nueva. Con esto, y desde la academia, la formación de futuros mediadores profesionales requirió una actualización en la etapa de práctica para que los alumnos pudieran ascender tanto en conocimientos tecnológicos como en experiencias procedimentales. La innovación docente nos mostró que el estudiante, frente a esta nueva praxis, pudo transitar por una profundización en la autogestión comunicacional, awareness de competencias e insight del rol de tercero, permitiéndole tener así un mejor y óptimo manejo del proceso.
Texto
La pandemia y el encierro han traído de la mano una serie de aprendizajes que, en estos momentos y a casi dos años de iniciado el covid-19, vemos con ojos maduros desde la lejanía que da la mirada del balcón, como señala Harvard. En lo académico, y desde lo que nos toca en relación con los alumnos a quienes acompañamos en su formación, se nos presentó un desafío inminente luego de que la presencialidad se suspendiera en las aulas universitarias y los centros de mediación pararan de atender por la cuarentena obligatoria y, con ello, la posibilidad de que los alumnos hicieran su práctica profesional.
La innovación curricular ha sido una constante frente a lo que planificamos cada año para cada generación que ingresa. Nuestra praxis nos retroalimenta permanentemente y eso lo volcamos año a año en la actualización de documentos, practicas novedosas, supervisión de casos y clínicas dinámicas. Pero, de pronto, nos vimos obligados a ir más allá aplicando la tecnología, cuando en nuestro país las TIC eran novedosas, pero no lo cotidiano.
Las metodologías en línea efectivamente abrieron todo un mundo de posibilidades frente a lo académico y esto fue beneficioso para la formación de futuros mediadores en el contexto en el que nos encontrábamos.
Primero, los docentes tuvimos que capacitarnos en todo lo que significaba mediar en línea, para lo cual recurrimos a perfeccionamientos internacionales en lugares de vasta experiencia para poder contar con los conocimientos necesarios y poder así acompañar eficazmente a los mediadores en formación.
Luego, y desde el proceso por el cual debe transitar un alumno en la construcción del rol de “tercero” en una mediación, nos paramos en un punto en el que analizamos qué herramientas tecnológicas teníamos que utilizar para que se lograra el desarrollo de las competencias que un mediador requiere para acompañar a las personas eficientemente.
Aun cuando podíamos contar con instancias nuevas, como tener actores para casos simulados y realizar juegos de roles, lo interesante era encontrar la forma de hacer vivenciar a los alumnos cada etapa de la mediación, y que se les pudiera seguir entregando la praxis con la que siempre habían contado: hacer co-mediación, tener al profesor tutor como tercero en la mesa para dar la mirada amplia y poder observar detrás del espejo.
A lo largo de los años, los estudiantes siempre han tenido un proceso de práctica muy acompañado durante tres meses, donde realizan casos reales en los dos centros con los que tenemos alianza con la comunidad. Por lo tanto, el acercamiento a las familias, a las personas y sus dolores, se trabaja muy conscientemente desde el respeto por lo que ese sistema interaccional trae, no se rompe lo que funciona, y se van creando con técnicas de comunicación estratégica y la mirada de los modelos en que nos basamos, circuitos virtuosos retroalimentativos que permiten dejar al sistema autosustentable con el proceso que viven.
Al estar en modalidad remota, nos dimos cuenta de que la formación de práctica iba a ser distinta. Además, vimos que tendríamos que estar trabajando en dos carriles paralelos: el de la mediación misma y en la construcción del rol del mediador.
Al momento de planificar, hubo que pensar desde lo que eficazmente podría ofrecer la tecnología para el trabajo de los grupos de práctica en todos los ámbitos recién nombrados. ¿Cuántas personas por grupo de entrada? Esto ya era distinto a lo que habíamos hecho comúnmente. Porque acá los alumnos iban a aprender doble: a mediar y a mediar en línea.
Había que hacerse cargo de acoger temores en relación con las brechas tecnológicas, a las dudas sobre la efectividad de trabajar virtualmente con personas y a la propia angustia de asistir a algo importante como es el proceso final de un programa y su práctica de término.
Por otra parte, hubo que adecuar documentos que especificaran y resguardaran el compromiso del trabajo profesional y la confidencialidad del proceso.
Buscar la manera pausada de encausar todo esto y hacer del aprendizaje algo amigable, cercano, que permitiera en los alumnos abrir más espacios de conocimiento hacia la innovación –no solo de lo que les presentábamos, sino también de ellos mismos– fue clave en nuestro punto de partida. Y trabajar con grupos pequeños.
Luego de observar todos los movimientos que se estaban dando en los alumnos, fue fundamental instalar en el proceso instancias de coaching personalizado: intermedio en una primera parte, y de cierre al término.
Al momento de concluir la primera etapa, que incluía juegos de roles y casos simulados, los alumnos eran coacheados individualmente por un profesor tutor de práctica en un coaching intermedio en el que los hacían reflexionar principalmente en dos aspectos:
a) Cómo ha visto su aprendizaje desde el comienzo hasta ahora.
b) Qué aspectos encuentra que debe potenciar en la siguiente etapa.
Con estas preguntas los alumnos podían hacer gradualmente un awareness –toma de conciencia– de su propio proceso, de sus competencias desarrolladas hasta entonces, de cómo estaban bajando los conocimientos adquiridos de manera intelectual a la propia praxis con relación a sí mismos, con su co-mediador y a la dupla mediadora en relación con el sistema interaccional que estaban atendiendo. Es decir, el coaching instalaba una instancia de metacomunicación en el estudiante, propiciando un insight que fortalecía y desplegaba lo logrado y motivando avanzar en la escala de aprendizaje.
Pudimos retomar la atención de familias en los centros a través de mediaciones en línea a fines del 2020 en nuestro país, dando un salto tremendo en este sentido en la homologación de acuerdos en los Tribunales de Familia.
Con este paso ya dado, nuestros alumnos accedieron al siguiente y último tramo de su práctica.
Acá tuvimos que repensar nuevamente cómo hacer la praxis académica, ya que no era posible atender a familias en línea de la manera en que lo realizábamos en la etapa anterior.
Siempre pensando en estos dos carriles que se nos presentaron como nuevo desafío en la virtualidad, la mediación y la formación del estudiante, usamos todos los protocolos frente a los principios y legalidad que establece la mediación familiar chilena para la realización de esta etapa.
¿Qué sucedió? Cuando los alumnos tuvieron que recibir y atender sus casos reales –siempre acompañados por un profesor tutor– ya habían transitado por: a) el proceso completo de una mediación; b) un mayor conocimiento de sí mismos en relación con su propia capacidad comunicativa, y su manejo y autogestión.
Con esto, tenían mucha más seguridad para realizar su caso, puesto que habían transitado por todas las etapas de una mediación en los casos simulados, obtuvieron confianza en sus capacidades ya trabajadas una y otra vez, y lograron conocimiento frente a algo que solo lo da la praxis que, en esta ocasión, lo permitió la tecnología.
El conocimiento de poder realizar una mediación en línea les daba a los alumnos la tranquilidad, además, de poder conducir el proceso con empoderamiento frente a las personas que recibían y que no eran nativos digitales. Había una empatía implícita, pues muchos de ellos habían cruzado estos meses su propia brecha digital. Y ahora, en la atención de casos reales, poder contar con conocimientos para que se pudiera hacer un servicio en línea permitía poder acompañar a los usuarios desde lo tecnológico también. La legitimación del rol del mediador, entonces, quedaba instalada desde el comienzo doblemente reforzada.
Cuando el proceso de práctica estaba en su recta final y los casos reales terminaban, los alumnos eran invitados a una sesión de coaching de cierre, también de manera individual, en la que los hacíamos reflexionar frente a lo siguiente:
a) Desde el momento en que empezó su práctica hasta ahora: ¿cómo ha podido ver su proceso de aprendizaje, considerando las dos etapas vividas?
b) ¿Qué es lo que va a hacer ahora que ya terminó su formación de mediador y cómo lo piensa hacer?
Esto fue fundamental ya que hacer esta instancia de cierre nos permitía seguir trabajando con el alumno hasta el final con lo que transitó, con lo que aprendió, lo que vio, con lo que se le hizo evidente, con lo que se llevaba. Y también con lo que quería construir a partir de lo que había recogido.
Desde entonces, y aún con la vuelta gradual a terreno, decidimos mantener y agregar estas nuevas prácticas pedagógicas que nos hicieron avanzar metodológicamente en la formación.
Progresivamente, nos fuimos dando cuenta de que al término del proceso de práctica los alumnos adquirían tal empoderamiento fruto del autoconocimiento, confianza de sus logros y manejo del proceso, que surgía espontáneamente querer continuar en este camino supervisado -al que de pronto le encontraban todo el sentido de potencia de cambio- pero acompañados por el equipo de trabajo.
¿Por qué? Porque trabajar el rol del mediador es un camino que se hace con otro: es con otro que se pueden ver las capacidades que tengo, los recursos con los que cuento, los movimientos que hago y las posibilidades que puedo alcanzar. Con otro también se abre la mirada, se va más allá de lo que muestra mi mapa mental, se amplía el campo reflexivo. Y esto es fundamental para el análisis del caso y la planificación.
La virtualidad nos ayudó a repensar algo evidente: el proceso. Pero desde quien está a cargo del proceso. Esa cara serena y tranquila cuando se llega a una mediación. Quien da la confianza para hablar lo que necesito cuando creo que todo está cuesta arriba. Ese que posibilita el diálogo cuando pensaba que las palabras no iban a salir.
Poder contar con mediadores profesionales así requiere procedimientos delicadamente pensados que permitan construir y desarrollar ese rol de tercero. Solo así se podrá ser realmente puente al servicio de las personas que están al frente, instrumento. ¿Para qué? Para que las personas sean vistas en la plenitud de sus competencias y posibilidades; para que se presenten ellas mismas como protagonistas de su propio proceso. Este tercero podrá conocer lo que sucede tridimensionalmente y comprender cómo se mueven en lo que les funciona y lo que no, las hará mirarse a ellas mismas metacomunicacionalmente para que puedan valorar su propia historia y, desde lo que pueden hacer, avanzar hacia el cambio positivo que solo a ellas les da sentido.
Aprender esto requiere mucho trabajo y preparación. Es una gran responsabilidad que desde el Instituto Ciencias de la Familia de la Universidad de Los Andes hemos venido asumiendo por más de dos décadas en su totalidad. Y creemos, verdaderamente, que la academia puede estar, y seguirá estando, a la vanguardia de los desafíos.
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